Viaje 7: Tanzania, un mundo nuevo (Parte 2) por Pablo Arconada

DÍA 14: DAR ES SALAAM, ANTES DE TIEMPO

Cuando duermo poco, mi cuerpo muchas veces se niega a obedecer a mi cerebro. Me suele pasar. Y lo cierto es que este día me tenía que levantar especialmente pronto para coger un autobús que me llevara a Pangani, en la costa. Me había quedado dormido una hora más de lo planeado. Me levanté sin hacer ruido para no despertar a Regina y me despedí de Ale, que se había levantado para acompañarme a la puerta y despedirse.

Fui andando hacia la estación y paré al primer piki piki que pasó a mi lado. Cuando llegué a la estación, me senté en la parada donde se anunciaba “Tanga”, la ciudad más próxima a la costa y donde cogería un dala dala o una pick up que me llevaría a Pangani. Ya casi podía oler el mar. Mientras esperaba, se me acercaron varios tanzanos para venderme sus “billetes” para Dar es Salaam. Realmente, lo que hacen muchas personas en las estaciones es cobrar como intermediarios: les das el dinero, te llevan al bus, pagan al conductor el billete y otra parte se la quedan ellos. Rechacé varias veces sus ofertas y, cuando se enteraron de que iba a Tanga, me dijeron que el autobús ya había pasado y que hasta las cuatro de la tarde no pasaría el siguiente.

Me puse a hacer cálculos y, si salía a las cuatro de la tarde, eso significaba que llegaría a las ocho, más o menos, a Pangani, ya de noche. Eso suponía que no disfrutaría de la playa: la idea era bajar al día siguiente hasta Dar es Salaam, donde mi amiga Anna me esperaba para pasar allí unos días. Estuve un rato mirando mapas y pensando cómo llegar a Tanga. Pregunté en la estación a otros conductores, también a los de los dala dala y, curiosamente, nadie iba en esa dirección. Seguí pensando, hasta que apareció un autobús con dirección a Dar es Salaam.

Fui directo a la puerta y, antes de llegar, los intermediarios se pusieron en medio con el fin de que les comprara a ellos el billete. Conseguí sortearlos y subir al autobús. Me senté al lado de un chico bastante alto que también iba a Dar es Salaam. Me quedé dormido un par de horas y me desperté justo cuando el conductor hacía una parada para ir al baño. El bus tardaba unas ocho horas en llegar a su destino y esa era la única parada. No lo dudé y bajé corriendo. Abajo me ofrecieron de todo para desayunar, pero tenía unas galletas esperándome en una bolsa que había dejado en el asiento del autobús.

Cuando subí no había ni bolsa ni galletas ni agua. Miré sospechosamente a todos los de alrededor. Entonces, el chico que viajaba a mi lado, y que también había bajado del autobús, me preguntó qué necesitaba. Le conté lo que me había pasado y se enfadó bastante: “Robar a un viajero, menuda gentuza”, y se puso a preguntar en suajili al resto de viajeros. Todo el mundo negaba con la cabeza. Era lo único que tenía de comida y agua hasta llegar a Dar es Salaam. Unos segundos más tarde recapacité: muy necesitado debía estar alguien para coger un paquete de galletas ya empezado, y dejé de darle vueltas.

El viaje continuó por carreteras nuevas y anchas. Después de la ruta de Mbeya a Moshi, aquel viaje era pan comido. Según nos empezamos a acercar a Dar es Salaam, el tráfico iba a más. Estábamos a unos veinte kilómetros de la ciudad cuando un atasco de entrada en la enorme urbe nos atrapó. Dos horas más tarde llegábamos a la estación, y allí busqué un taxi que me llevara a mi hostal. Mi amiga Anna, que vivía en Dar es Salaam para terminar su Trabajo Final de Grado (TFG), me había reservado una habitación en el centro de la ciudad.

Todo el mundo me había hablado bastante mal de la ciudad, y los libros que tenían a la ciudad como escenario tampoco hablaban demasiado bien de la urbe. Según la información que tenía, Dar es Salaam, la ciudad más grande de Tanzania y capital económica del país, era una ciudad sucia, caótica, insegura e incluso peligrosa. Nada de lo que yo vi allí encajaba con aquella descripción.

SONY DSCSONY DSCDar es Salaam se presentaba como una ciudad muy diferente a todo lo que había visto antes, sobre todo por la gente que la habita. La mezcla de negros, musulmanes e indios hace de Dar un lugar muy especial. En el centro de la ciudad se alternaban los enormes rascacielos en construcción que anunciaban las bondades de China con pequeños edificios de la colonización, mezquitas y templos hindúes. Dejé la mochila en mi hostal y salí a explorar el centro. Nadie me miraba, a nadie le llamaba la atención. No sé si eran mis pintas de vagabundo o que el alma cosmopolita de la ciudad había acostumbrado a sus habitantes a ver blancos paseando por las calles tranquilamente.

Se iba haciendo de noche y los consejos de seguridad llegaron a mi cabeza. Sin embargo, no me sentí inseguro en ningún momento. De hecho, las calles estaban repletas de terrazas donde la gente compartía comida y cervezas frías con las que combatir el húmedo calor de la ciudad. Me senté en una de ellas y disfruté un rato de la vida nocturna de la ciudad. El ambiente era inmejorable.

 

DÍA 15: NUEVOS REENCUENTROSSONY DSC

Me desperté debajo de un ventilador que iba a toda velocidad. Me había quedado pegado a las sábanas y esta vez no era por el sueño, era por el calor con el que Dar es Salaam me daba los buenos días. Cogí el móvil y miré quién me había escrito. Laura, la chica que conocí en Malawi que viajaba con una tabla de surf y una guitarra había llegado aquella noche a Dar. Le pregunté dónde se alojaba, y resultó que estaba en la calle paralela a mi hostal.

Bajé a por un taxi para ir a la estación a comprar mi billete de tren de vuelta a Zambia. Marta me avisó de que lo comprara con tiempo porque la primera clase se suele agotar. Este tren salía sólo una vez a la semana: los viernes a las 14.30 salía de la estación TAZARA y llegaba, si todo iba bien, a Kapiri Mposhi el domingo por la tarde. El billete me costó unos cuarenta euros. Marta me había advertido igualmente que agradecería haber pagado diez euros más por la primera clase. Contento con mi adquisición, volví al centro de la ciudad para reencontrarme con Laura.

 

SONY DSCLlegué a su hostal, y su calidad era igual que el lodge en el que me había quedado. Con una diferencia: si compartíamos habitación, nos salía por mitad de precio. No lo dudamos e hice una pequeña mudanza. Cuando estábamos asentados en nuestra nueva habitación, salimos a dar una vuelta por la ciudad y a conocer el Kariakoo Market. Comimos algo y quedamos con Anna, que nos esperaba en la puerta del Museo Nacional de Tanzania. Cuando la vimos, corrí a abrazarla; llevaba sin verla al menos dos años. A Anna la conocí en Alemania cuando fui de voluntario a un workcamp en Karlstadt (Baviera). Ella era una de las monitoras y encajamos en seguida: creo que nunca me he reído más con nadie.

La visita al museo dejó mucho que desear; era pequeño y tenía pocos objetos que llamaran la atención. Si bien había una exposición para concienciar sobre la situación de los albinos en Tanzania que sí mereció la pena. El resto de la tarde lo pasamos en una terraza en lo alto de un edificio, donde nos pusimos al día mientras las Kilimanjaro iban refrescando nuestras gargantas. Cuando empezó a anochecer, nos despedimos de Anna y quedamos en vernos al día siguiente para cenar y tomar algo.

 

DÍA 16: POR FIN, LA PLAYA

Al no poder llegar a Pangani, no había tenido la oportunidad de ir a la playa y bañarme en las aguas del océano ÍndSONY DSCico. Así que me puse en marcha y me enteré de cómo llegar a Bagamoyo. En Dar es Salaam también hay playas, pero quería aprovechar el día para conocer algo más de Tanzania. ¿Por qué Bagamoyo? Estaba cerca y me habían hablado de sus playas y de su pasado histórico.

Cogí un par de dala dala, y a las dos horas estaba en el pueblo. Anna me había dicho la noche anterior que si quería estar tranquilo (llevaba en la mochila cámara y demás objetos), lo mejor era pedir algo de beber en un hotel y salir a la playa donde tenían seguridad para los clientes del hotel. Así que eso hice, aunque en realidad no hubiera hecho falta ningún tipo de seguridad: estaba completamente solo en aquella playa. La playa era de anuncio. Arena blanca, palmeras y aguas cristalinas que reflejaban el cielo. Allí pase unas cuantas horas entre dormir plácidamente sobre la toalla y bañarme. Tengo que decir que el momento del baño fue como meterse en una sopa; las aguas del Índico no tienen nada que ver con las frías aguas del Atlántico.

Me desperecé una última vez y me encaminé a conocer el pueblo. Bagamoyo es un sitio bastante diferente de todo lo que había conocido en Tanzania: primero, porque la gente de allí es bastante más abierta, y segundo, por su pasado. No sé muy bien cuál es la razón de que allí la gente sea distinta, pero podría deberse en alguna medida al centro cultural y de artes escénicas, que es bastante importante en el panorama cultural tanzano.

Por otro lado, Bagamoyo está profundamente marcado por su pasado esclavista. Por Bagamoyo pasaban todos los esclavos que los árabes atrapaban en el interior del continente y se dirigían a la isla de Zanzíbar, que se encuentra justo enfrente de la pequeña localidad. Bagamoyo fue fundada en el S. XVIII, se convirtió en la capital del África Oriental Alemana y en el pSONY DSCuerto marítimo más importante del país, hasta que se vio eclipsada por la colosal Dar es Salaam. Además, la pequeña ciudad es, desde hace unos años, Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. Paseé por sus calles, visité las iglesias y el museo católico. Bagamoyo tiene, además, varios edificios de la época colonial alemana e inglesa, muchos de los cuales se están cayendo a cachos, pero que también merece la pena visitar.

La verdad es que me fui muy contento de la ciudad y muy relajado. Ya de vuelta en Dar es Salaam, recogí a Laura en el hotel, que había pasado el día en una de las playas de Dar con la intención de coger algunas olas con su tabla- Quedamos con Anna para tomar algo, cenar y despedirnos. Podríais pensar que las despedidas con Anna son tristes, pero son todo lo contrario. Tiene una energía y una fe ciega en que nos volveríamos a ver al poco tiempo. Y así era, en julio volvíamos al festival de Karlstadt, en Alemania, donde nos conocimos hace ya cuatro años. La cena se alargó bastante y, aunque cansados, acompañamos a Anna a su parada. Volvimos al lodge pensando en lo afortunado que había sido de encontrarme a tantas personas maravillosas a lo largo de mi viaje.

 

DÍA 17: DE VUELTA A CASA

 La escasa luz que entraba por la ventana de nuestra habitación me despertó. Había pasado mala noche, tuve varias pesadillas. Entre ellas, soñé con una especie de secuestro exprés: iba montado en un taxi, rodeado de personas enormes que no me dejaban moverme. Menos mal que solo son pesadillas y que no hay que asustarse por lo que nuestra cabeza produce mientras dormimos.

SONY DSCAyudé a Laura a bajar todos sus trastos a la recepción. En poco más de una hora salía su ferry con dirección a Zanzíbar, donde iba a pasar sus últimos días antes de volver a España. Me despedí de ella, de nuevo con la sensación de que nos volveríamos a encontrar, como ya había pasado unos días antes. Esperé un poco más para hacer tiempo, ya que mi tren salía un par de horas más tarde, y hablé un rato con el recepcionista que me advirtió que no cogiera ningún coche que no fuera un taxi. Por lo visto, era muy típico en aquella ciudad que a los turistas les ofrecieran transportes más baratos, pero que finalmente salían bastante más caros… Vamos, que les robaban hasta los higadillos.

Salí del hotel con aquel consejo en la mente y encontré un taxi que me llevaba a la estación por el precio estándar, unos ocho euros, pero me ofrecía también compartirlo de forma que pagaría un tercio. Acepté con total confianza. Me senté atrás y miré por la ventana un poco triste. Era mi último día en Tanzania, después de más de una semana descubriendo el país. Cuando me di cuenta, el taxi había parado en un hotel para recoger a dos hombres con mochilas que también iban a la estación. Todo muy normal hasta que cada uno se subió por una puerta, a la vez, encajonándome en el medio. Me iban a robar. Me iban a quitar todo lo que llevaba encima.

Cuando el taxista se dirigió solo a mí justificando un cambio de rumbo por el tráfico ya estaba claro. Siempre había pensado que en una situación así me pondría nervioso o a llorar. Pero mi cerebro se puso a pensar a la velocidad de la luz cómo evitar que me quitaran tres cosas importantes: la tarjeta del banco, el pasaporte y el dinero zambiano que llevaba metido en el calcetín y que me permitiría llegar a casa (en Zambia debía coger un autobús, hacer noche en Lusaka y coger otro autobús hasta Livingstone) El taxi se paró en una calle desierta y los dos hombres negros empezaron a cachearme en busca de cualquier cosa de valor. Sinceramente, estaba acojonado, pero mi cabeza seguía pensando. Rápidamente, me quitaron la tarjeta, el pasaporte, el móvil, la cámara y el dinero que llevaba encima. Pero gracias a Dios no me revisaron el calzado: el dinero zambiano estaba a salvo.

Allí estuve retenido una hora y media. Me tranquilicé al ver que ellos estaban bastante nerviosos, que no me habían amenazado con ningún arma y que estaban un poco perdidos: discutían entre ellos de forma continua. Me repitieron doscientas veces que me soltarían a tiempo de coger el tren en la estación de TAZARA. Por un momento, pensé qué razón les llevaba a hacer eso cuando me podían soltar en un descampado sin nada. Obviamente, si tenía tiempo antes de coger el tren lo primero que haría sería poner una denuncia y, si lo perdía (ese tren salía solamente una vez a la semana), iría igualmente a la policía. O sea, que su único objetivo es que llegara al tren a tiempo.

Faltaban solo veinte minutos cuando me hicieron bajar del coche. Me devolvieron mi pasaporte y mi mochila y llamaron a una moto para que me llevara a la estación. En ese momento solo pensaba en coger el tren. Si lo perdía, perdía también el avión de vuelta a España. Llegué a la estación y me indicaron que tenía cinco minutos; la gente ya había empezado a subir. De camino, me acerqué a unas señoras con la intención de que me dejaran su móvil para poder avisar a mi familia y que cancelaran la tarjeta. Aquellas señoras me miraron con un poco de incredulidad, pero no lo dudaron ni un segundo y me prestaron su teléfono.

Me asenté en mi compartimento, donde otros tres señores tanzanos hablaban animados en suajili. El tren estaba nuevo y limpio, y es que había sido renovado tan solo hace unos meses. Aquel día paseé por el tren haciendo cálculos con el dinero que tenía para ver si podía comer algo: el tren duraba casi tres días y tenía para tres comidas; esto es, una comida al día. Intenté olvidarme de todo y pensar en el lado positivo: estaba en el tren, había conseguido recuperar mi tarjeta de memoria de la cámara, las fotos estaban a salvo, y tenía dinero para llegar a Livingstone. Desde luego, podía haber sido mucho peor.

SONY DSCEl resto de días me los pasé mirando por la ventana, paseando por el tren y conociendo a otros viajeros. En el compartimento de al lado, una koreana que viajaba sola me contó que llevaba viajando desde enero y que había empezado su viaje en Turquía, desde donde voló a Egipto, y que se estaba cruzando el continente africano de norte a sur: había estado en Egipto, Sudán, Etiopía, Uganda, Ruanda y Tanzania; iba camino de Zambia y terminaría el viaje en Sudáfrica, pasando por Botswana.

Compartimos experiencias de viaje y me contó que a ella la habían robado dos veces en la misma semana en Nairobi. Sin embargo, también me confesó que, a parte del episodio de Nairobi, no se había sentido insegura en ningún momento del viaje. A nuestra conversación se unieron una pareja formada por un estadounidense y una neozelandesa que iban también camino de Livingstone, y que me acompañaron hasta el final de mi viaje.

Os estaréis preguntando si creo que Tanzania es insegura, si no volvería nunca a Dar es Salaam. Eso es lo que me ha preguntado todo el mundo desde que he vuelto a España. No puedo considerar que Tanzania sea un país peligroso, porque en nueve días de viaje (y sin tener en cuenta lo del taxi) no me ocurrió nada ni me sentí inseguro, ni siquiera en Dar es Salaam, con todo lo que mis amigos me habían dicho de aquella ciudad. Volvería a Tanzania, dormiría de nuevo en Dar es Salaam, cenaría en sus terrazas y disfrutaría de cada una de sus calles. Y que no quepa duda, volveré a Tanzania, que durante unos días se convirtió para mí en un mundo nuevo.