Viaje 5: Al otro lado de la frontera por Pablo Arconada

Livingstone se encuentra en un lugar inigualable para los viajeros más atrevidos. Además de situarse SONY DSCa escasos diez minutos de las Cataratas Victoria y de la frontera con Zimbabwe, a poco más de 40 kilómetros se encuentra el punto donde Namibia, Botswana, Zambia y Zimbabwe se encuentran.

La posibilidad de viajar a tantos países ha convertido a Livingstone en una parada casi obligada de los viajeros que pisan África Austral. Y nosotros, como buenos voluntarios, no íbamos a ser menos. Organizamos una excursión para visitar Botswana y hacer un safari; el primero que he hecho en mi vida y, con total seguridad, puedo afirmar que lo volveré a hacer. Después de haberlo visto en innumerables películas, documentales y series, no podía negarme a vivir la experiencia por mí mismo.

La posibilidad de viajar a tantos países ha convertido a Livingstone en una parada casi obligada de los viajeros que pisan África Austral. Y nosotros, como buenos voluntarios, no íbamos a ser menos. Organizamos una excursión para visitar Botswana y hacer un safari; el primero que he hecho en mi vida y, con total seguridad, puedo afirmar que lo volveré a hacSONY DSCer. Después de haberlo visto en innumerables películas, documentales y series, no podía negarme a vivir la experiencia por mí mismo.

Desde que llegué a Livingstone aún no había cruzado ninguna frontera, y esta vez lo hacía acompañado de dos amigas: Nadia y Cecilia. Nos tocó madrugar, pero no se oyó ninguna queja. Es de esos días en los que la mezcla de nervios y ganas te hacen saltar de la cama como si hubiéramos dormido más de doce horas. Cogimos nuestras maletas y nos dirigimos al punto de encuentro. Allí esperamos un rato a nuestro conductor, Philip, que nos llevó directo a Kazungula, el punto de encuentro de estos cuatro países. Por el camino disfrutamos de las vistas de Zambia; un inmenso bosque nos acompañaba a cada lado de la carretera, donde se mezclaban algunos lugareños andando, otros esperando a vender algo a los muzungus que suelen hacer este recorrido y algún que otro animal, como los babuinos. El control de la frontera de Zambia fue bastante rápido: un sello en el pasaporte y listo. Montamos en un pequeño bote para cruzar a Botswana, donde nos esperaba el control de seguridad. Aunque no nos pusieron ninguna traba y el visado además era gratis, sí que nos tocó esperar un poco. Un policía y un perro inspeccionaron nuestras pertenencias.

 Pero por fin pisamos Botswana y estábamos dispuestos a exprimir nuestro tiempo. Al otro lado del control nos esperaban nuestros guías y otras tres chicas de Alemania, Canadá y Estados Unidos, que se convirtieron en nuestras improvisadas compañeras de viaje. Subimos al transporte y nos dirigimos a nuestra primera parada: íbamos a ver Chobe (el parque nacional) desde el río, montados en un barco. La experiencia fue increíble. Los hipopótamos nos miraban extrañados, los cocodrilos tomaban el sol mientras hacían la digestión y las manadas de elefantes que bajaban hasta el río a beber disfrutaban del sol y del agua. Nunca había visto algo parecido. Estar tan cerca de animales libres y sentir esa libertad fue algo único.

Durante más de dos horas la brisa del barco nos ayudó a combatir el calor de un cielo sin una sola nube. La emoción de los seis muzungus que estábamos en aquél barco era contagiosa. El tiempo pasaba volando, y fuimos a comer a un hotel donde teníamos barra libre. Podíamos pedir cualquier cosa que hubiera en la carta y, tengo que decirlo, no noscortamos. Seguimos conservando la cultura española en la sangre a pesar de estar en el otro hemisferio. Los entrecots no tardaron en hacer efecto, y un amago de sueño se extendió entre la tropa.

La modorra se disipó en cuanto llegamos a la entrada del parque. Si por la mañana lo habíamos visto desde el barSONY DSCco, esta vez lo veríamos desde dentro. Durante más de tres horas nuestro nuevo guía (que, por cierto, se las sabía todas) nos iba explicando cómo actuabanlos animales en el parque, uno de los mejores del mundo dada la tranquilidad con la que viven sus huéspedes. De hecho se ha normalizado tanto la situación que los elefantes se acercan a los coches e incluso los tocan con sus trompas. Allí pudimos ver a casi todo el reino animal africano: jirafas, impalas, monos, todo tipo de aves y por fin, cuandoel sol empezaba a ponerse, aparecieron los leones. Sin embargo el encanto de Chobeno es solo por sus inquilinos; lo es también por sus paisajes y, por supuesto, su atardecer.

El sol comenzó a caer cuando nuestro guía aceleró de forma repentina. Se disculpó diciendo que a partir de las seis y media ningún coche debería estar circulando por el parque. Ascendimos por una carretera, alejándonos del río y, de repente, nos desviamos del camino. Empezamos a avanzar a través del bosque, y tengo que decir que no entendínada. ¿A dónde íbamos? La sorpresa fue enorme cuando nos encontramos el campamento ya montado, una mesa con la cena lista y velas.

El sol comenzó a caer cuando nuestro guía aceleró de forma repentina. Se disculpó diciendo que a partir de las seis y media ningún coche debería estar circulando por el parque. Ascendimos por una carretera, alejándonos del río y, de repente, nos desviamos del camino. Empezamos a avanzar a través del bosque, y tengo que decir que no entendínada. ¿A dónde íbamos? La sorpresa fue enorme cuando nos encontramos el campamento ya montado, una mesa con la cena lista y velas.

SONY DSCSONY DSCNos acomodamos en nuestro improvisado hogar y miramos
alrededor desconfiados. De fondo se oía los elefantes, pero cualquier sonido, crujido o el simple silbido del viento nos sobresaltaba. Menos mal que unas copitas de vino durante la cena nos ayudaron a desinhibirnos y deshacernos del miedo. Después de varias conversaciones con los guías y compartir nuestras experiencias, decidimos invadir las tiendas de campaña a través de las cuáles se podía ver el cielo nocturno de Botswana. Me dormí pensando en la fuerza con la que las estrellas brillan. No reconocí ni una sola constelación. Desde luego, es otro cielo.

Amanecí con el sol africano en mi cara. Nos levantamos rápidamente y desayunamos junto al resto del grupo con emoción renovada. Esa mañana íbamos a salir en busca del leopardo que no pudimos ver el día anterior. Nuestro guía siguió las huellas, mirando los caminos y los árboles, fijándose en cada detalle. Pero no hubo suerte. Sin embargo, nos encontramos de nuevo con una manada de leones y esta vez sí, dimos con el rey del parque. Un león macho se paseaba por allí, como dueño y señor del lugar. Pasó al lado de nuestro transporte, a un metro, mirándonos con desdén. Casi podía tocarlo. Solo por eso el viaje había merecido la pena.

Cuando nos quisimos dar cuenta ya era la hora de volver. Salimos del parque y tomamos la carretera de nuevo al pueblo para cruzar a Zambia. Nuestro fin de semana se acababa, pero al menos sabemos que al otro lado de la frontera, inmóvil, seguirá esperando Botswana.